Ubicada al borde de un acantilado, este chalet de 25 m² reinterpreta la arquitectura mínima con una sensibilidad profunda hacia el paisaje. Con su volumetría icónica integrada con elegancia al entorno natural, creamos una experiencia de refugio, silencio y contemplación.
Con un diseño interior, optimizado al máximo, configuramos en planta baja una pequeña cocina y un baño funcional y sala de estar con uso múltiple, donde cada centímetro ha sido pensado con precisión. En el segundo nivel se encuentra la habitación, elevada como un nido cálido desde donde el usuario puede descansar, leer o simplemente mirar el horizonte.
Suspendido sobre el vacío, el balcón se convierte en una plataforma íntima frente al abismo, desde la que se puede contemplar el paso de la vista hacia las montañas y donde el lujo no se mide en metros cuadrados, sino en la intensidad de la experiencia.
Este pequeña pieza arquitectónica demuestra que menos es más cuando el diseño se conecta con el entorno, la emoción y el ser.